Sin título
Estoy corriendo
entre los árboles, casi a tientas. No sé si corro o vuelo. Tampoco importa, tan
sólo quiero escaparme. De a poco, veo que todo va sucediendo en un gradiente
del negro al gris, y de pronto una luz blanca surge de entre las sombras en la
lejanía. Fina y tenue al principio, y a medida que me voy acercando, es mayor.
La distancia que
me separa de ella es cada vez más corta. Deseoso de llegar al resguardo, trato
de acelerar mi marcha. No lo logro, porque siento un cimbronazo* muy fuerte.
Siento cómo me toma por la espalda y me clava sus garras, haciéndome chillar de
dolor. No sé qué es, me ha cegado totalmente. En vano, busco algún dejo de luz. Me desespero y comienzo a gritarle
improperios a lo que sea que me haya agarrado.
Me está golpeando
y no me deja librarme. Me da dos golpes certeros en la espalda, dejándome
inmóvil. Me conmuevo al pensar en que no podré volver a caminar, porque hago
mil esfuerzos para levantarme y enfrentarlo como pueda, pero mis piernas no dan
señal de vida. Lloro, gimo, totalmente desconsolado.
De repente la luz
que tanto busqué se enciende con violencia, y ahí, para mi alivio; me doy
cuenta de que no estoy ciego. Me llevo la mano por sobre unos centímetros de mi
frente, encandilado. Noto que hay un precipicio a unos metros míos,
peligrosamente. Es todo muy inverosímil.
Por fin... mis
piernas han reaccionado. Me levanto, tambaleándome y un poco roto. Doy un giro
buscando al ser que me hizo todo aquello, y al no encontrarlo, me pongo furioso
y pateo una piedra. Cae al vacío.
Quiero saber qué
hay más allá del precipicio, así que (oh, qué ingenuo) me acerco y me asomo a
mirar. Grave error...
Sentí la presión
de dos manos empujándome bruscamente. Caí justo igual que la piedra, fue
eterno. Al acercarme a lo que creí que era el suelo (y mi final) vi cómo todo
lo sólido se desvanecía, formándose una nube. La atravesé y aterricé en una
superficie muy mullida. Qué estúpido fui.
Me levanté con
muchísimo esfuerzo y muy adolorido. Observé a mi alrededor y noté que había
caído en un balcón. Me sentí tentado de volver a asomarme, esta vez había
contención. ¿Pero y si de todas maneras me volvían a empujar? A pesar de eso,
una fuerza mayor me obligaba a hacerlo, así que le obedecí, sumisamente. Con
temor me acerqué a la baranda y junto a ella me puse en cuclillas, asomando la
cabeza por entre los barrotes y aferrándome a ellos, por las dudas.
El horror y la
desesperación me asaltaron sin piedad. Presencié una escena horrible: la sala
de un quirófano y cinco personas alrededor de un cuerpo inerte que yacía sobre
una camilla. Digo que fue espeluznante porque el tórax de ese cuerpo estaba
abierto. Entero. Para completar, le faltaba un pulmón.
Por si fuera
poco, comencé a sentir que me desvanecía. Me aferré aún más a la baranda, como
si eso fuera a evitar lo que me sucedía.
Todo se sacudió violentamente por unos segundos. Segundos interminables.
Acabó, pero no hubo ni un solo segundo de paz. Observé que los médicos
comenzaron a acalorarse y varios de ellos corrían de un lado para el otro,
llevando y trayendo todo tipo de instrumental. Uno gritó sonoramente
“¡DESPEJEN!” e hizo brincar a electrochoques el derruido cuerpo.
Al apartarse los
otros, me llevé una sorpresa bastante indigna. Pude ver que el que brincaba a
cada electrochoque recibido era alguien muy familiar. Yo mismo.
Me afligí, no
quise creerlo y lo negué, pero estaba frente a lo obvio. Aún seguía agarrado a los barrotes. Se
encendió una segunda luz, igual de potente que la del precipicio, y acto
seguido, se sintió un estruendo fuertísimo, y
por instinto me llevé las manos a las orejas. “Si no me dejó sordo algo
de suerte me queda”, pensé. Se apagó la luz y aún podía apreciar el escenario
del quirófano en la penumbra.
Pero no, no tenía
suerte en lo absoluto: escuché a una voz masculina, decir bien fuerte y claro
en medio del silencio, como consciente de que había otro testigo más:
-Se acabó. Fecha
de deceso, 16 de agosto a las seis y treinta y siete de la madrugada.
Se disgregó el
grupo, y dolorosamente; pude ver cómo me cubrían con una inmaculada sábana,
tapándome hasta la cabeza y sacándome de allí.
Ahora estoy en cualquier planeta**, en ningún
lugar.
* esa palabra
juro que existe aunque suene horrible, yo pensaba que se escribía con s
** me robé esa
frase de una canción de serú girán